Sueños mortales



Y ahí se encontraba él, persiguiendo un sueño imposible. Él, un cazador experimentado, siempre conseguía las mejores presas, las cuales disecaba y colgaba en la pared de la sala para ser admirado y elogiado por sus otros compañeros. En esta ocasión cazaba sólo, ya que la caza que estaba llevando a cabo era especial, pues se trataba de un sueño. El bosque en el cual se encontraba, se había creado una reputación por medio de una serie de leyendas no muy halagüeñas para sus visitantes.

El bosque en cuestión no animaba mucho a entrar en él. Estaba protegido por una niebla intensa e inusual, ya que era mediodía y aún había sol. Dentro, la perspectiva no mejoraba. La niebla disminuía, pero el frío empezaba a ser intenso, e incluso doloroso. Las copas de los gigantescos árboles no se podían divisar y lo único que se podía sentir era el peso del silencio. Un silencio que ni siquiera el más pequeño de los animales de aquel lugar se atrevía a interrumpir.

Se adentró cada vez más en el misterioso bosque, a pesar de que su mente y todos sus sentidos le decían que lo que estaba llevando a cabo era una locura que le llevaría directo a la muerte. Siguió caminando por el interminable bosque, entusiasmado por lo que pudiera encontrar. Cuando estaba dándose por vencido, sus sentidos captaron el ruido del agua al caer. Al acercarse más y apartar las ramas de su campo de visión observó que había llegado al único lugar donde penetraba el sol, el cual iluminaba el caer del agua de una cascada.

Cuando se acercó más se percató de la presencia de una mujer. Estaba en la orilla del pequeño lago, mirando a lo alto de la cascada. Al darse cuenta de que el cazador la observaba, volteó su rostro hacia un lado, de manera que el cazador sólo pudiese ver el perfil de su cara.

-¿Por qué has tardado tanto? Te he estado esperando hace mucho tiempo- le dijo con una sonrisa de lo más cautivadora.

Para el cazador no sólo su sonrisa era cautivadora y cegadora, sino toda ella. A pesar de que ella no estaba de frente a él, pudo observar su cuerpo desnudo con gran admiración. No había conseguido dar caza a la pantera que apareció en sus sueños, pero a cambio, el destino le ofrecía una hermosa mujer de piel morena, pelo castaño claro, el cual sólo le llegaba hasta los hombros, labios carnosos y ojos de un color ámbar, que más bien parecían oro líquido. Pero… ¿había oído bien? ¿Dijo que lo había estado esperando?

Sonrió ante su suertudo destino y se encaminó hacia ella, hasta quedar a tan sólo unos pasos.

-Siento haberte hecho esperar. Supongo que ya he encontrado a mi presa.

Entonces, la mujer se dio la vuelta para estar frente a él. Si antes le había parecido hermosa, ahora no tenía palabras para describir lo que sentía al verla en todo su esplendor, iluminada desde atrás por la luz del sol. A ella no pareció importarle estar desnuda frente a él, y tampoco el hecho de que él la examinaba con detenimiento. Él dejó vagar su mirada por el cuerpo de la mujer, sintiendo cómo el calor llegaba a todo su cuerpo, apremiándolo a hacerla suya antes de que se marchara.

-Creo que te confundes de papeles, querido –le dijo con una sonrisa- Yo, soy la cazadora, y tú, eres mi presa.

Sólo cuando el cazador miró fijamente sus ojos se dio cuenta de que sus sentidos no se habían equivocado; el destino que él había predicho como fortuna no era otra cosa que una cita con la muerte.
Los animales del bosque, que antes no habían salido de sus guaridas, ahora se alejaban del bosque al oír los gritos del cazador. En el bosque, siguió oyéndose durante unos segundos más el eco de los gritos, como si quisiese saborear la agonía del cazador. Mientras tanto, la espesa niebla se fue disipando tras los pasos de una magnífica pantera de ojos ambarinos, los cuales parecían oro líquido. Y así, el cazador fue cazado por sus sueños… y por la muerte.
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